domingo, 14 de julio de 2013

Hoy poesía. Solos y solas.



Para A.R que me enseñó (entre otras cosas)
 que los hombrecitos también podemos leer poesía.

El nirvana del hombre “cultural” actual consiste justamente en derribar todas las barreras de “intelectualidad” previas. Es dejar de ceñirse a las reglas de lo permitido y lo no, y empezar a actuar bajo el criterio de “lo hago pero irónicamente”. Es darse cuenta que ya no existe nada más en el universo que puede llegar a molestar ni a agradar por completo y que nadie ni nada fija su atención sobre el libre accionar cotidiano. 
Alcanzar el nirvana del hombre actual es darse cuenta que nirvana era una banda de mierda; es descubrir que la cumbia ya ni siquiera molesta y que el pelilargo ese se llama pablito lescano y se tiene que transformar en mi nuevo mejor amigo; es darse cuenta que malick en realidad no es ningún genio como dice ser y que en realidad es un plomo bárbaro con aspiraciones megalomaníacas; es irse de vacaciones todo pago y darse cuenta que es una cagada, y enunciarlo en voz alta, “esto es una mierda, todo viejo, aburrido, me quedo con el tejido parquechasesco de las rues paranaenses”; es cerrar el rabelais de batjin y salir a la calle en febrero a ver 45 negros con bombos y redoblantes y 65 negras moviendo desincronizadamente el culo; es escribir mal el apellido de batjin y no pararse a corregirlo; es darse cuenta que el indio se la come y que cerati se la da; es creer que siempre va a existir una cita relevante de barthes para hacerse el canchero, o tragarse el verso de que el autor se murió. 

El nirvana del hombre cultural consiste en última instancia en no intentar enunciar en que consiste el nirvana del hombre cultural actual. 


Hablar de un libro, sin prejuicios, sin ideas previas, sin saber de lo que se habla, hablar como si fuera la primera vez, como si no se manejase los temas, como si se confundiesen las especialidades. Hablar del libro como si se hablara desde hace mucho tiempo atrás pero siendo lo más contemporáneo posible. Creer que todo se puede explicar desde ningún teórico posible y que solo importa hablar de las impresiones, de los subjetivemas, de la experiencia y el trato personal, de recordar que un libro también es un cuerpo sólido, y que también como eso, puede desvanecerse en el aire  o que ya ni siquiera importe eso, y que se trate solo y únicamente de no desvanecerse uno mismo.   






“Usted es la única artífice de sus sonetos y de sus mutilaciones”.
Jay Jay Saer.

El libro en cuestión es “solos y solas” de Tamara Kamenszain, un librito chiquito y marrón editado por lumen hace un par de añitos que tuvo un momento de fama con el famoso verso, poema/ apartado  de “cuando te vea por primera vez”.
No voy a encuadrar el libro en marcos teóricos, ni encerrarlo en una lectura encorsetadora, vacía de sentido, víctima del atropello de alguien que quiere hablar sobre un libro y no sabe que decir y recurre a la mirada y a la voz de un otro teórico. 
No voy a establecer ningún tipo de juicio valorativo más allá del simple “me gustó” porque eso ya forma parte de un pasado obsoleto donde la critica importaba, los críticos eran respetados y donde la gente que se dedicaba a buscar el uso del hipérbaton en la obra borgeana  era mirada con buenos ojos y producía un bien material, tangible para el país, digno de ser mantenido como si se tratase de una academia de retóricas. 

Solos y solas es no el resultado, sino el producto, o la consecuencia, o hay quienes dirán que es la causa de una pérdida. Las pérdidas se escriben cuando ocurren para luego ser revisadas, tiempo después, con cierto spleen melancólico e ínfulas efímeras de resarcimiento.
Tamara Kamenszain escribe sobre una pérdida, y como no es mi intención juzgar que tipo de pérdida, y además no pienso hacer ningún tipo de afirmación excepto la que va a haber a continuación Afirmación rotunda: Solo se lamentan la pérdida de tres tipos: la perdida de una vida cercana, significativa, víctima del halo inexorable de la muerte; la pérdida de un amor, víctima del halo inexorable de la vida; y la pérdida de la categoría. 

Tamara Kamenszain escribe porque perdió algo y necesita sublimarlo de algún modo. La escritura, aparece nuevamente como un medio, como lo que siempre fue, como un hecho que está en la superficie misma del interior de cada uno y debe escupirse al mundo. No estoy diciendo que la haya dejado la pareja, lo cual solo me interesaría en términos  de cotilleo literato, sino que escribe porque hay algo que le hace ruido y no puede llegar, como si fuese una idea precisa que no puede simbolizar, o como despertarse cada mañana sabiendo que hay algo que no está siendo como debería ser pero aún no sabemos qué, como mirar al sol fijamente en una siesta otoñal para entender que es una bola de fuego gigante orbitando de manera cuasi estática a millones de kilómetros, como entender que una simple metáfora no alcanza sino se llega al término buscado y que todo el trabajo es vano como una metáfora inacabada que se cierra y se contiene a sí misma.

Tamara Kamenszain escribe porque se siente sola y lo único que tiene es un lápiz y papel, o una notebook, o una tabla de arcilla y una cuña. Se siente tan sola que escribe un libro que se llama “solos y solas”, como invitando a uno a que le pregunta si le pasa algo, si necesita compañía, si se quiere pasar un rato a la tarde para ir a dar una vuelta o que vió que andaban regalando unos cachorritos en el centro si no quiere que le regalen uno.  Y en el acto mismo de la escritura, se conecta con la otredad, no ya de un lector, sino con la otredad de sí misma, de decidir si lo que escribe vale la pena o no, si está bueno o no, si sirve para ser editado o no, si va ser un éxito o no, si es lo último que escribe en su vida o no, o si de verdad está, (estamos) solos y solas o no frente a la hoja.

Tamara Kamenszain escribe porque es la autora del texto. El autor vive, está en el texto como un rasgo ferreo, se arrastra sobre el rastro de manera atroz, arrestando el resto de sus propios trazos, como cubriendo su rostro de rasgos aterrorizados, como observando el desastre del texto, destrozando sus  borrones y destronándose de su lugar de autor a cargo.

Tamara Kamenszain escribe un libro de “64” páginas que cuesta 59 pesos.
Tamara Kamenszain escribe 1665 palabras, 54 páginas escritas, en un total de 14 poemas, separadas en 3 “secciones”. 
Tamara Kamenszain escribe un libro que se vende a  un peso y nueve centavos por página, donde cada página escrita por ella cuesta tres pesos con diez centavos, donde cada palabra brotada de su  tercera circunvolución izquierda cuesta algo así como tres centavos y medio. 

Y cerca del final de todo eso, hay un poema que debería costar según estos cálculos cerca de tres pesos con setenta y cinco centavos. 

El poema:


cuando escribí el poema me sobraban motivos
Girri nos enseñó después que el motivo es el poema 
y ahora me pescan como en acto fallido 
dos o tres palabras lisas y llanas 
“te veo” “me ves” no quieren decir nada
pero si reconocés mi letra me avergüenzo ante el espejo
¿de que si no estoy hablando de mí?
¿de que si cuando escribo no te hablo?
despunto por vos la adicción que me tiene atada
a ese dialecto que aprendí de chica
se pronuncia arrastrando la monogamia de los míos
de que me avergüenzo entonces
si lo que me pesa desde la cuna todavía
para bien o para mal no es otra cosa
que la alianza con mi padre



A veces un libro de poesías no es más que tres versos juntos.






1 comentario:

Abigail Raynoldi dijo...

Hubiera sido más de "hombre" poner mi nombre completo, pero igual te quiero y misión cumplida (?)