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viernes, 29 de noviembre de 2013

Todo lo que sé sobre la vida lo sé por Marcel Proust

A Bruno, que sin haber leído a Proust, 
es el ser proustiano por excelencia.
A la Chica de Oro, que sin haber leído a Barthes,
definió maravillosamente el Querer-Escribir. 
A los osos, mis amigos piedra. 

I. Estábamos sentados en una panchería, Bruno contaba las puntas de su próxima novela (Argentina, usando a Moreno como pantalla, invade Angola y luego al resto del mundo), Jota Pe me miraba con desconfianza, como esperando el vuelto de algo que nunca compramos, y Chica de oro pedía para ir al baño. Eran casi las 3 de la mañana, yo estaba pensando en la cabeza de Fili, en cómo ésta había girado hace un rato en el recital de El mató, cuando me acordé de esta frase: recuerden que, hagan lo que hagan, todos (todos!) vamos a ser olvidados. La frase, dicha hace varios años por Bruno, no tuvo tanta repercusión en su momento. El kraken recién empezaba a desperezar sus tentáculos y su autor –lo conozco- sólo la había escrito para generar un poco de ruido. Esta vez fue diferente: la frase me agarró (el recuerdo, al erupcionar, le salen garras) con Proust leído

II. Proust funda en su monstruosa novela toda una teoría estética. Durante seis tomos se la pasa ejercitando –haciendo deporte- en los signos mundanos (va a fiestas, se enamora, pierde el tiempo) y recién en el séptimo, El tiempo recobrado, desenvuelve toda una teoría sobre qué es la escritura, qué es el arte, qué es la vida. Este pensamiento tiene -y en ésto Proust es sistemático- pasos, escalones que, al igual que cualquier gestión gastronómica o digitación en el piano, se nos prohíbe su salteo. Intentemos:

(a) La epifanía: En busca del tiempo perdido es, en esencia, en título, el emprendimiento titánico por parte de un hombre («un esfuerzo descomunal y el sacrificio de toda una vida» dirá Aira), de recuperar su pasado. Y lo primero que nos enseña Marcel es que éste no se recupera por medio del intelecto. Para recobrar el pasado debe tener lugar algo distinto que la operación del simple recuerdo como acto deliberado : tiene que acontecer un encuentro fortuito –una epifanía- entre una sensación actual (especialmente de sabor, olor, tacto o sonido) y un recuerdo, una evocación del pasado sensual (Nabokov, 1980). Una de las verdades absolutas que Marcel deja entrever aquí – verdad que Freud luego enmarcará dignamente- es ésta: al pasado no se lo debe buscar, éste aparece, si es que quiere, a través de pequeños acontecimientos, cotidianos, nimios. Al final, después de todo, mi vieja, El mató y Chica de oro tenían razón: la vida pasa por las pequeñas cosas, porque las únicas cosas que podemos encontrar están en nosotros mismos.  


Proust // El mató a un policía motorizado// El Lo-Fi como estética de vida // Mi vieja y la micro-física de lo cotidiano// Chica de Oro y la simpleza como anteojo teórico para observar las cosas del mundo. 



(b) El aprendizaje: La Recherche no consiste en la exposición de la memoria ni en el recuerdo involuntario, sino en la narración de un aprendizaje . La epifanía prostiana exige el trabajo del pensamiento, consiste en buscar –aprender- el sentido de ese signo que se nos aparece azarosamente y que recubre lo verdadero. El intelecto aquí, a diferencia del paso anterior, se erige como un eslabón fundamental, porque el pasado erupcionado (a Marcel se le manifestó, entre otras epifanías, por medio de la célebre magdalena ; a mí, a mí bueno, no sabría decirlo, no me acuerdo, no lo aprendí) debe ser trabajado por la razón, ya que si no se nos escapa, huye, se fuga y un hombre sin pasado ya no es hombre, es otra cosa, es un cuerpo sin verdades. 


“¿Qué es lo que el protagonista de La Recherche no sabe al principio del aprendizaje? No sabe que la verdad no tiene la necesidad de ser dicha para ser manifestada, y que tal vez podemos recogerla con más seguridad, sin esperar las palabras e incluso sin tenerlas en cuenta, en mil signos exteriores, incluso en algunos fenómenos invisibles, análogos en el mundo de los caracteres a los que son, en la naturaleza física, los cambios atmosféricos, etc.” (Deleuze, 1964)

(c) La verdad: la magdalena, los campanarios, los árboles, las losas y demás materias, son signos que al ser aprendidos develan la experiencia de lo verdadero. La Recherche es siempre temporal, y la verdad, verdad del tiempo. El tiempo recobrado es eso: un tiempo que se encuentra en el seno del tiempo perdido (el tiempo que se pierde enamorándose, trabajando, siendo) y que nos proporciona una imagen de lo trascendental: “un tiempo original absoluto, verdadera eternidad que se afirma en el arte (Deleuze, 1964)”. Aquí se puede entrever el platonismo de Marcel, ya que piensa que existe otra realidad que la que transitamos, una verdadera, una esencial y no mundana. 

(d) El arte, la felicidad, lo eterno: la única manera de alcanzar la experiencia de lo verdadero es fijar aquello aprendido en la escritura. El arte se erige aquí como el único territorio en el que la verdad puede ser: "Es preferible sacrificar toda la vida a la felicidad total que aceptar un trozo de ella (…) Ésta es la historia íntima de En busca del tiempo perdido. El recuerdo total responde a la transitoriedad total, y la esperanza únicamente reside en la fuerza para interiorizar esta transitoriedad y fijarla en la escritura. Proust es un mártir de la felicidad (Adorno, 1974)". 

En efecto, La Recherche es la historia de una escritura, la idea de que el mundo existe sólo para llegar al Libro (Vita Nuova// Vida y Obra // Barthes // Alberto Giordano). La obra de Marcel, en el sentido clásico –con pruebas, suspenso y victoria final- es la historia de un sólo relato: el de un sujeto que quiere escribir. Escribir para alcanzar lo verdadero y con ello la experiencia de lo eterno: 


“la esencia es algo en un sujeto, como la presencia de una cualidad última en el corazón de un sujeto; diferencia cualitativa que existe en la manera en que nos aparece el mundo, diferencia que, si no existiese, haría que el arte quedara como el secreto eterno de cada uno” (Deleuze, 1964).

Eternizar nuestro secreto en el arte. De eso se trata. De hacer de la vida una obra. Marcel  lo supo y por eso sacrificó su vida. Escribió de noche, durmió de día, se aisló del mundo, vivió fuera de él. « ¡Qué oficio desgraciado! ¡Qué maldita manía! Bendigamos, sin embargo, este querido tormento. La vida sólo es tolerable a condición de no estar jamás en ella» dice Flaubert.


Epifanía // Aprendizaje // Verdad // Arte // Felicidad // Eternidad // 

III Chica de Oro come su pancho, yo mastico mis papas fritas. Jota Pe ya no sólo me increpa con la mirada sino que se abalanza sobre mí con el dedo y ataca mis gustos de industria cultural. Se mete con Andy kusnetzoff, con Germán Paoloski, Bruno y Fili lo secundan y yo trato de perderme en las promociones de la pared. Más tarde caminaríamos por calle Malvinas, nos reiríamos del alzhéimer topológico de Grossi y vislumbraríamos un Fiorotto en la ventana. Así las cosas, así la vida, ahora entiendo la frase de Bruno y su proyecto de escribir una novela: el no quiere ser olvidado. Yo tampoco.



Desde dónde hablé:
Proust, M.: (1913-1927) En busca del tiempo perdido. Buenos Aires, Alianza Editorial, 1998. 
Adorno, Th. (1974) “Pequeños comentarios sobre Proust” en Notas sobre literatura. Obra completa II. Buenos Aires, Ed. Akal, 2003. Págs. 194-206.
Nabokov, V. (1980) Curso de literatura europea. Buenos Aires, Ed. del Nuevo Extremo, 2010. 
Gilles, Deleuze  (1964) Proust y los signos. Barcelona, Anagrama. 1989.
Barthes, R.  (2004)  La preparación de la novela. Buenos Aires, Siglo XXI. 2005.

1 comentario:

  1. Como dijo Alejandra en sus Diarios: "¡He de crear! Es lo único importante en el mundo. Agregar algo. Dejar algo. En el kiosko veo un librito: Fausto de Goethe. ¿Qué importa que Goethe haya muerto? Allí está el testimonio de la realidad de su existencia. La muerte no puede contra él (...) ¡He de tapar el fracaso de mi vida con la belleza de mi obra!".
    Dicho y hecho.

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